MARZO 2024
Dinero, consumo, y delito callejero en Argentina
Por Pablo Figueiro*
La sociología económica puede ser de interés para la comprensión del delito en diálogo con las disciplinas más consagradas sobre estos temas. Sin pretender explicaciones unívocas y mucho menos mecánicas, esta rama de la disciplina puede aportar algunos elementos para pensar el delito callejero, particularmente el cometido por jóvenes de sectores populares. Para ellos, el dinero siempre está presente, aunque sea porque falta. Es una preocupación, un anhelo, un interrogante, una esperanza… Y la mayoría de las veces es un problema porque se necesita para resolver cuestiones muy básicas desde muy temprana edad. Esto genera una relación particular con el futuro, porque no se piensa tanto en lo que va a pasar dentro de 4 o 5 años, por ejemplo, cuando se reciban en una carrera universitaria y consigan un trabajo mejor (modelo perimido de ascenso social), sino en cuestiones bastante más inmediatas.
Sin embargo, muchas de las carencias no pueden pensarse desde un umbral biológico, sino desde estándares socialmente variables de lo que es la comodidad, la dignidad, lo merecido y, también, lo valorado por los demás. Es sabido que la desigualdad es uno de los factores que más contribuye al crecimiento de la violencia y de ciertos delitos callejeros. Si bien desde las ciencias sociales es posible medirla, las personas corrientes tienen un indicador mucho más directo, que es la comparación a través de aquello que consumen y del estilo de vida que llevan. Aunque de alcance limitado, esta forma les permite desenvolverse en la vida cotidiana y saber cómo interactuar en distintas situaciones. Como sabemos por Erving Goffman, cualquier interacción requiere de cierta información para seguir adelante. La gente (un término algo denostado en el ámbito académico, pero que todo el mundo entiende) se preocupa en mayor o menor medida por las cosas que usa y por cómo las usa, por cómo se ve, por cómo se presenta y por cómo es tratada por sus pares. Y, a su vez, tiene en cuenta esos mismos elementos a la hora de evaluar y tratar a los otros. No es una mera cuestión hedonista, sino que la propia subjetividad tiene soportes materiales y simbólicos que la constituyen y sostienen de manera relacional.
Lo anterior es especialmente importante para los más jóvenes. El consumo impacta en ellos por lo que pueden consumir, pero sobre todo por lo que no, por aquello de lo que se ven privados. El problema, como con el dinero, es cuando perciben que hay ciertos consumos valorados (y que por eso los valorizan) que les están vedados en el presente, pero que también lo estarán en el futuro, por más de que se esfuercen, estudien, trabajen y aspiren a resolver todas las demás promesas incumplidas del ideario del sacrificio personal. A lo sumo, les quedan medios socialmente devaluados de aspirar a un estilo de vida considerado de segunda, como comprar imitaciones o terceras marcas. Es icónico el lugar de las zapatillas, pero también podemos pensar en cosas mucho más cotidianas como la marca de la gaseosa que pueden tomar o si van en bicicleta, en moto o en auto. Esta escala de valoración de los objetos y consumos a la larga pesa sobre la subjetividad de los adolescentes y en cómo se empiezan a pensar en relación con la sociedad.
Por lo anterior, no es conveniente considerar que se ingresa al delito sólo por la falta dinero, porque esto llevaría a pensar que solo roban los “pobres” (categoría que, si exceptuamos a Simmel, en general indica cierto nivel de ingreso por debajo de cierto umbral, es decir, una característica de los individuos y no de las relaciones) y que, por lo tanto, conlleva a pensar que todos los pobres son potenciales delincuentes. Paradójicamente, muchos jóvenes no se inician en actividades delictivas por el dinero, tal como lo demostró Gabriel Kessler en su Sociología del delito amateur. Si bien es un factor importante, el delito brinda acceso a un montón de otras cosas que son incluso más estimadas, porque permiten medirse, valorarse y mostrase. El dinero, como el consumo, es el indicador de una valoración, no el objetivo final de la acción. Decir “yo tengo plata porque ando robando”, es una forma de decir “tengo plata porque soy alguien”, y no al revés. Por eso, el dinero que obtienen los jóvenes a través del delito callejero no solo sirve para resolver cosas inmediatas, sino también para celebrar, para compartir, para cuidar de los suyos y, a veces, también para invertir. Entonces el dinero del delito es un dinero cargado de múltiples significados y objeto de variadas estrategias. Pero, sobre todo, es un dinero que se debe mostrar. Y no hay mejor manera de mostrarlo que a través del consumo de aquellos socialmente valorados.
* Pablo Figueiro. Director de la Carrera de Sociología, Profesor de grado y posgrado en la Escuela IDAES/UNSAM. Investigador del Centro de Estudios Sociales de la Economía (EIDAES/UNSAM).